jueves, marzo 10, 2005

El ingenioso Hidalgo Don Qvixote de lo Mancha.


"Capitulo Primero.

En un lugar de la Mancha, de cuyo nombre no quiero acordarme, no ha mucho que vivía un hidalgo de los de lanza en astillero, adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor."

En 1605 salió a la luz la primera edición de El Quijote. En el transcurso del presente año, 2005, el mundo literario no escatima en gastos para conmemorar el IV centenario de la mejor obra de Cervantes. A continuacion, algunas perspectivas sobre la obra en general, a modo de ser partícipes de la gran ceremonía en honor a la caballería.

El Quijote es la obra maestra de Cervantes y una de las más admirables creaciones del espíritu humano. Es una caricatura perfecta de la literatura caballeresca, y sus dos personajes principales, Don Quijote y Sancho Panza, encarnan los dos tipos del alma española, el idealista y soñador, que olvida las necesidades de la vida material para correr en pos de inaccesibles quimeras, y el positivista y práctico, aunque bastante fatalista. Esta apreciada joya de la literatura castellana ha sabido conquistar al mundo entero, y es quizá, con la Biblia, la obra que se ha traducido a más idiomas, pasando a ser sus personajes, verdaderos arquetipos de categoría universal.
El Quijote representa la más alta cima de la creación literaria cervantina y se sitúa a años luz de su poesía, de su teatro e incluso de las demás novelas largas, La Galatea y el Persiles incluidas. Aunque él gustara de ofrecérnoslo como "la historia de un hijo seco y avellanado", acaso concebida en la "cárcel", está considerado, a ciencia cierta, como la primera novela universal de todos los tiempos.
TEORIA DE LA NOVELA

Resumiendo mucho, Cervantes concibe la novela como historia poética: no hace falta atenerse estrictamente a la verdad de los hechos ("las historias fingidas tanto tienen de buenas y de deleitables cuanto se llegan a la verdad o la semejanza della, y las verdaderas tanto son mejores cuanto son más verdaderas", [Quijote, II, 57]), pero no puede rebasarse nunca la verosimilitud; basta con referir "lo que pudo ser", por disparatado que parezca ("Que entonces la mentira satisface / cuando verdad parece y está escrita / con gracia, que al discreto y simple aplace", [Viaje del Parnaso, IV]). Y ha de ser parcialmente disparatado, pues la admiración es el segundo requisito indispensable, respetando siempre el sacrosanto precepto horaciano del prodesse et delectare:
"Hanse de casar las fábulas mentirosas con el entendimiento de los que las leyeren, escribiéndose de suerte que, facilitando los imposibles, allanando las grandezas, suspendiendo los ánimos, admiren, suspendan, alborocen y entretengan, de modo que anden a un mismo paso la admiración y la alegría juntas; y todas estas cosas no podrá hacer el que huyere de la verisimilitud y de la imitación, en quien consiste la perfeción de lo que se escribe" (Quijote, I, 47).
En todo caso, pues, el punto de partida es épico, incluso caballeresco, dado que ningún otro género habría soportado la amplitud de miras perseguida ("porque la escritura desatada destos libros da lugar a que el autor pueda mostrarse épico, lírico, trágico, cómico, con todas aquellas partes que encierran en sí las dulcísimas y agradables ciencias de la poesía y de la oratoria; que la épica también puede escrebirse en prosa como en verso", Quijote, I, 47), pero la concepción es radicalmente distinta, incluso paródica: "según a mí me parece, este género de escritura y composición cae debajo de aquel de las fábulas que llaman milesias, que son cuentos disparatados" (Quijote, I, 47). Ahora se trataba de inventar una épica nueva, aachementada en la realidad más cotidiana y adobada con la imaginación de un "viejo loco", que estaba llamada a convertirse, sencillamente, en el patrón de la "novela moderna".

GENESIS Y CONTINUACIONES

Considerado en su conjunto, el Quijote ofrece una anécdota bastante sencilla, unitaria y bien trabada: un hidalgo manchego, enloquecido por las lecturas caballerescas, da en creerse caballero andante y sale tres veces de su aldea en búsqueda de aventuras, siempre auténticos disparates, hasta que regresa a su casa, enferma y recobra el juicio. Sin embargo, el conjunto de la trama no está diseñado de un tirón, sino que responde a un largo proceso creativo, de unos veinte años, un tanto sinuoso y accidentado: cabe la posibilidad de que Cervantes ni siquiera imaginara en los inicios cuál sería el resultado final; incluso, bien pudiera ser que pensase primero en escribir una "novela corta", al modo de las Ejemplares, la cual iría creciendo al compás de su elaboración literaria: "Ahora digo -dijo don Quijote- que no ha sido sabio el autor de mi historia, sino algún ignorante hablador, que, a tiento y sin algún discurso, se puso a escribirla, salga lo que saliere, como hacía Orbaneja" (QII, 3).
Si fue así, el "plan primitivo" no pasaría de una novelita breve, ampliada durante el curso de la creación hasta desembocar en la novela larga de 1605, luego continuada en la segunda parte de 1615. Pueden distinguirse, por tanto, tres momentos creativos claramente delimitables:
I) Novela ejemplar. Basada en el Entremés de los romances (un infeliz labrador, Bartolo, enloquecido de tanto leer romances, se hace soldado y, acompañado de su escudero Bandurrio, sale en busca de aventuras. Intenta defender primero a una pastora, a quien acosa un zagal, pero éste le quita la lanza y lo apalea: Bartolo se acuerda del romance del Marqués de Mantua. Cuando su familia intenta socorrerlo, éste se identifica con el Marqués de Mantua), comprendería los siete primeros capítulos de la primera parte. Eso explicaría la caprichosa división en capítulos, cuyos títulos (sobre todo, 3-4 y 5-6) entrecortan lo que parece una redacción de corrido.
II) El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha. Tras ese arranque, la incorporación de Sancho, el manuscrito árabe y la invención de Cide Hamete se aprovechan para ampliar las locuras quijotescas hasta llenar los cincuenta y dos capítulos, repartidos en dos salidas (10: 1-7; 20: 8-52) y en cuatro partes: 10 (1-8), 20 (9-14), 30 (15-27) y 40 (28-52). La ampliación responde a dos directrices básicas: a) nuevas aventuras organizadas en sarta (8-22: molinos de viento, viacaíno, rebaños, batanes, yelmo de Mambrino, galeotes, etc.); y b) ampliación concéntrica en torno a la venta (23-47: Cardenio y Luscinda, don Fernando y Dorotea, El curioso impertinente, El cautivo, etc.), perfectamente engarzadas por la estancia en Sierra Morena.
No obstante, la continuación fue reestructurada precipitadamente, dejando numerosos desajustes organizativos en toda la primera parte, como bien estudió Stagg: algunos epígrafes no se corresponden con la materia novelesca que contienen (10); la historia de Grisóstomo y Marcela, primero ubicada en el capítulo 25, pasa a interpolarse entre los capítulos 11 y 14, lo que ocasiona que los pasajes dedicados al robo y al hallazgo del rucio de Sancho desaparezcan, para ser luego añadidos -fuera de lugar- en la segunda edición.
III) Segunda parte del ingenioso caballero don Quijote de la Mancha. Aunque el Quijote no estaba concebido como primera parte, su éxito explica esta continuación, ahora perfecta y pacientemente diseñada como tercera salida, sin perder nunca de vista el trazado del primer tomo: a) nuevas aventuras en sarta (8-29: encantamiento de Dulcinea, Cortes de la Muerte, caballero del Bosque, caballero del Verde Gabán, bodas de Camacho, Cueva de Montesinos, Maese Pedro, etc.); y b) estancia con los duques (30-55: dueña Dolorida, Altisidora, doña Rodríguez, etc.).
En este caso el desarrollo no tiene quiebras, pero la aparición del Quijote apócrifo (1614) de Avellaneda determina un cambio de rumbo, hacia Barcelona, con el que se cierra la novela (59-74: Roque Guinart, caballero de la Blanca Luna, con los duques, don Álvaro Tarfe, etc.).
A duras penas, en consecuencia, no sin descuidos y deslices, Cervantes va ampliando la idea primitiva para rematar con éxito su gran empresa novelesca. Traza un plan previo, que contiene ya en suma todo el universo quijotesco (Sancho, Dulcinea, Cura, Barbero, Rocinante, rucio, locura, entorno caballeresco, encantadores, romances, aldea en la Mancha, etc.), lo cual le permite convertirlo en novela larga con bastante propiedad y, diez años después, añadirle una segunda parte en cabal consonancia con el libro de 1605. Tan sólo las circunstancias creativas de su autor y las reacciones provocadas por la publicación de el primer tomo, direncian a ambos Quijotes.

PARODIA, LOCURA Y REALISMO

Más allá de vacilaciones genéticas y compositivas, lo que sí se ofrece como constante durante todo el proceso creativo del Quijote es el fin paródico. Si fiamos de las declaraciones de su autor, fue concebido como invectiva contra los libros de caballerías ("todo él es una invectiva contra los libros de caballerías", I, "Prólogo") y ese fue siempre su objetivo principal: "pues no ha sido otro mi deseo que poner en aborrecimiento de los hombres las fingidas y disparatadas historias de los libros de caballerías, que, por las de mi verdadero don Quijote, van ya tropezando, y han de caer del todo, sin duda alguna" (II, 24). Con ello, Cervantes se inscribía en la corriente culta de protestas contra la "mal aacheda máquina" de los disparates caballerescos, con la diferencia de que su magistral parodia sí terminaría erradicándolos del panorama literario, pese a la ingente difusión que los Amadises, Palmerines o Belianises habían alcanzado durante el XVI.
Para lograrlo, pergeña un diseño paródico genial, basado en la locura de su protagonista: ésta ha sido provocada por la lectura de los libros de caballerías, precisamente el objeto de la parodia. Ello le permite sumarse a las denuncias de moda e inscribirse en la abundante literatura del Renacimiento sobre la locura (Erasmo, Elogio de la locura; Huarte, Examen de ingenios; Arisosto, Orlando furioso, etc.). Así, en un principio, don Quijote está rematadamente loco: "se le secó el celebro, de manera que vino a perder el juicio" (I, 1), si bien no se trata de una esquizofrenia general, sino más bien de una monomanía tocante al mundo caballeresco ("tenía buen entendimiento y buen discurso en todas las cosas que trataba, le hubiese perdido tan rematadamente, en tratándole de su negra y pizmienta caballería", I, 38), que deja espacio para la cordura: "no le sacarán del borrador de su locura cuantos médicos y buenos escribanos tiene el mundo: él es un entreverado loco, lleno de lúcidos intervalos" (I, 18).
Esto es, Cervantes se ha cuidado muy mucho, ilustrándose en los tratados médicos de la época, de matizar perfectamente la locura de don Quijote, a fin de utilizarla como le interesa: como el recurso novelesco crucial de todo el libro (la novela empieza cuando Alonso Quijano enloquece y acaba cuan do Alonso Quijano recobra el juicio). El pobre hidalgo, colérico donde los haya, tiene su "imaginativa" trastornada por la lectura de los libros de caballerías y comete dos errores garrafales: cree en la verdad de cuantos disparates caballerescos ha leído y piensa que en su época puede resucitarse la caballería andante: "aquel don Quijote de la Mancha, digo, que de nuevo y con mayores ventajas que en los pasados siglos ha resucitado en los presentes la ya olvidada andante caballería" (II, 23). Ello lo convierte, antes que en caballero, en todo un "anacronismo andante", cuyo atuendo y figura no deja de ser objeto de burla: "pusiéronle el balandrán, y en las espaldas, sin que lo viese, le cosieron un pargamino, donde le escribieron con letras grandes: Éste es don Quijote de la Mancha" (II, 62).
Pero Cervantes, muy por encima de las burlas, perfiló milimétricamente cada matiz de ese enloquecimiento, para explotarlo novelísticamente de forma magistral. No se trata de una situación estática, sino de un proceso complicadísimo, que no deja de entrañar un "proyecto consciente de vida": la empresa caballeresca se planifica detenidamente y se asume con decisión ("Yo sé quién soy -respondió don Quijote-; y sé que puedo ser no sólo los que he dicho, sino todos los Doce Pares de Francia, y aun todos los Nueve de la Fama", I, 5); tramada casi racionalmente, la supuesta locura evoluciona de forma lógica (primera salida: se desfigura la realidad; segunda salida: la realidad se acomoda al mundo caballeresco; tercera salida: se asume un mundo encantado por los demás); en fin, la demencia no deja de ofrecer perfiles de simple juego socarrón (cuando razona a quién imitar en Sierra Morena o cuando se mofa de lo caballeresco en la Cueva de Montesinos), como su inventor desvela al final del libro: "Yo, señores, siento que me voy muriendo a toda priesa; déjense burlas aparte" (II, 74).
Más que de un caso de locura, parece tratarse de un procedimiento creativo tendente a ilustrar literariamente el problema de la realidad y de la ficción. De hecho, Cervantes plantea con exquisito cuidado cada uno de los acercamientos de don Quijote a la realidad de Alonso Quijano, de modo que sus continuos equívocos no dependen necesariamente de la demencia (sí en el caso de la primera venta o de los frailes benitos); al contrario, suelen caer frecuentemente dentro de la más prosaica verosimilitud: son las circunstancias (el viento, cuando los molinos; el sol y la lluvia, en el caso del yelmo; la falta de visibilidad y el estruendo, la vez de los rebaños; la oscuridad y el ruido, si pensamos en los batanes; etc.), el contexto caballeresco (retablo de maese Pedro, caballero del Bosque, estancia con los duques), las malas mañas de los demás (encantamiento de Dulcinea, Clavileño) o el sueño (cueva de Montesinos) los que traicionan la percepción quijotesca de su entorno, espoleando sus delirios heroicos.
Mucho más claramente: la realidad es tratada por el narrador de una forma ilusionista, prismática, como si estuviera contagiado de la misma locura del personaje, de modo que el pobre hidalgo, aquejado de su delirio caballeresco, es una permanente víctima, no más loco que nosotros mismos. Por eso, ante una realidad tan oscilante, no tiene por menos que engañarse, como lo hacemos nosotros mismos en ocasiones (batanes) y como lo hace sistemáticamente Sancho (Micomicona, Barataria). La locura, así, es una estrategia de acercamiento a la realidad: un modo originalísimo de realismo que sutura perfectamente lo más prosaico a lo más disparatado, otorgando a lo segundo carta de naturaleza novelesca, en un juego de espejos, entre paródico, cómico e irónico, irresoluble.

[fuente: CLICK ACA / + info : CLICK ACA ]

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